Los arquetipos junguianos y su significado

En los mitos y los cuentos de toda la literatura universal comparten en todas partes ciertos motivos comunes que encontramos, a su vez, representados en sueños, fantasías, delirios e imaginaciones de los individuos en la actualidad. Estas imágenes se las denomina representaciones arquetípicas. Tienen la capacidad de fascinar, impresionar e influir sobre la consciencia, aunque provengan de un pre-forma inconsciente perteneciente a la estructura heredada de la psique humana. Por ello, puede manifestarte de manera similar en cualquier persona. No se trata de representaciones heredadas, sino de viabilizaciones heredadas de las funciones psíquicas, de la misma forma que un pájaro sabe congénitamentede qué forma y en qué estación del año debe construir su nido sin haber sido instruido en ese conocimiento.

Es menester diferenciar el concepto de «arquetipo» −en su forma no perceptible conscientemente− del concepto de «imagen arquetípica» o «proceso arquetípico», perceptible ya en el campo de la consciencia, por ejemplo, el devenir del yo, los ritos de paso, el progreso de la edad, etc. Así pues, el arquetipo no se manifiesta únicamente de manera estática, como, por ejemplo, una «proto-imagen», sino también dinámico-procesal, como, por ejemplo, la diferenciación de una función de la consciencia.

En la economía psíquica, los arquetipos actúan de modo decisivo, ya que son el reflejo de reacciones instintivas, es decir, psíquicamente necesarias en ciertas situaciones, que determinan una conducta cuyo sentido es una necesidad psíquica, aun cuando racionalmente no parece la más adecuada. Representan realidades instintivas de la oscura psique primitiva.

Significado de los arquetipos

El significado del arquetipo puede ser interpretado, pero no descrito, ya que lo que enunciamos del arquetipo son expresiones gráficas, pertenecientes al ámbito de la consciencia. Los arquetipos se determinan por su forma y no por su contenido. Su forma puede compararse al sistema axial de un cristal, el cual preconfigura al formación del cristal en el agua madre sin poseer aún existencia material. Del mismo modo, el arquetipo tiene un núcleo de significación invariable que determina siempre el modo de manifestación, aunque no en forma concreta. Es decir, el arquetipo es preexistente e inmanente, metafísico, trascendente a la consciencia, existe a priori para el individuo por ser inherente al inconsciente colectivo y se halla sustraído al devenir y perecer del individuo.

Cuanto más extraño e indeterminado es un arquetipo en su forma, más profundo es su nivel del inconsciente colectivo, donde los símbolos se encuentran sólo como «sistema axial», todavía sin contenido individual. Cuanto más personal y transitorio sea el origen del conflicto, más oculto se hallará el arquetipo mediante el que el problema se manifieste. En cambio, cuanto más impersonal, más confuso o más sencillo será su lenguaje. En su sencillez, un arquetipo contiene potencialmente toda la diversidad y la riqueza de la vida y del mundo.

Ejemplos de arquetipos

En todas las mitologías encontramos arquetipos comunes: el viaje al mar de la noche, los héroes errantes, la ballena, el fuego arrebatado a los dioses por Prometeo, Hércules matador de dragones, los mitos de la creación, el pecado original, los sacrificios, el parto virginal, la deslealtad de los héroes, el despedazamiento de Osiris, las figuras de la serpiente, el pez, la esfinge, el árbol del mundo, la abuela, la madre, el príncipe encantado, el puer aeternus, los magos, los sabios, el paraíso y tantos otros mitos y leyendas representan en forma simbólica dinamismos psíquicos.

La suma de los arquetipos entraña la suma de todas las posibilidades latentes de la psique humana: un material enorme, inagotable, de conocimientos antiquísimos sobre las relaciones más profundas entre Dios, el hombre y el cosmos. Desentrañar estos contenidos en la propia psique, proyectar luz sobre ellos e integrarlos a la consciencia implica anular el asilamiento del individuo frente al universo e incorporarlo a su curso.

Imagen de portada: ‘Ahasuerus en el fin del mundo’, de Adolph Hirémy-Hirschl (1888).

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *