Construcción de la personalidad: la persona o la máscara

El término persona deriva del latín y el griego, y alude a las máscaras que portaban los actores en el teatro clásico. La personalidad de un individuo está relacionada, pues, con la representación que un individuo realiza en su interacción con el exterior. Jung se queda con su origen etimológico y define «persona» como un complejo funcional al que se llega mediante adaptación, pero que no se corresponde con la individualidad. Es decir, constituye una porción del yo referida únicamente a sus relaciones con el objeto, con el mundo externo.

En su compromiso entre la realidad interna del individuo y las exigencias de la realidad que lo rodea, la «persona» debe mantener una dialéctica con tres factores:

1. El yo ideal o aquella imagen de uno mismo que preferimos.
2. La imagen que los demás se forman de uno, de acuerdo a su comportamiento.
3. Las condiciones psíquicas y físicas del sujeto, que limitan tanto el yo ideal como el yo ambiental.

No atender a uno solo de estos factores impedirá el correcto desarrollo de la personalidad del individuo, lo que implicaría desórdenes del tipo hombre-masa (déficit del factor 1), o bien del tipo hombre extravagante, solitario o rebelde (déficit del factor 2). Lo saludable sería un equilibrio elástico entre estos tres aspectos, de manera que la interacción con su mundo se para el individuo natural, fluida y sencilla.

La máscara

La otra cara de la moneda implicaría sentirse muy cómodo con la «persona» y exacerbar su capacidad de adaptación al medio. En este caso, la «persona» se torna máscara y desplaza al individuo. La identificación con el oficio o el título es habitual. La distinción que otorga la sociedad atrae y seduce, y puede llegar a consumir a la gente, porque en general oculta una compensación de las carencias personales.

Esta inadaptación puede verse en individuos de comportamiento torpe, antipático o descuidado, o caracteres coaccionados que pueden desembocar en depresiones. También lo contrario: personas que alcanzan la fama y son divinizadas pueden ser engullidas por la colectividad e identificarse con imágenes arquetípicas como el héroe, el redentor, el vengador o el mártir, entre muchos otros. Toda inadaptación, tanto por exceso de identificación con la persona como por defecto, conduce a la patología psicológica.

La diferenciación, objetivo de la construcción de la personalidad

De lo que se trata, finalmente, es de diferenciar la propia personalidad de los condicionantes exteriores, conservando nuestra independencia cualquiera que sea la circunstancia, cediendo terreno en unas ocasiones, recuperándolo en otras. Sólo así conservaremos nuestra salud psíquica.

Así pues, ni siquiera poseemos una sola personalidad: albergamos tantas variaciones de ésta como personas conocemos, en función de las distintas dinámicas mediante las que interactuamos con ellas, pero también según la idea que intuimos que esas personas tienen de nosotros. Todas estas personalidades son una amalgama de nuestra percepción del otro, de nosotros mismos y de la expectativa que creemos despertar en él.

Imagen de portada: ‘En la tienda de máscaras’, de Abram Efimovich Arkhipov (1897).

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