Breve historia de la interpretación de los sueños: De Gilgamesh a Freud

Desde los albores de la humanidad, los sueños se han manifestado a los hombres y su extrañeza ante tal fenómeno los ha llevado a preguntarse por su significado. En la Antigüedad, lo que no se comprendía se asimilaba como superior e incognoscible, y así, la aparente falta de coherencia lógica de los sueños enseguida les confirió una cualidad mágica. Los brujos y chamanes de las tribus debieron ser los primeros intérpretes de sueños, que los analizaban en términos proféticos, ya fuesen premoniciones o malos augurios, las más de las veces de origen divino, cuyo misterioso significado ha de desentrañarse.

La primera referencia escrita de la humanidad que se conserva fue descubierta en las ruinas del palacio de Asurbanipal en Nínive, en cuya biblioteca se descubrieron veinticinco mil tablillas con más de tres mil años de antigüedad. Entre esas tablillas se encontraban fragmentos de la epopeya de Gilgamesh, y con la ayuda de otras transcripciones sumerias, hititas, acadias y paleobabilónicas desenterradas a lo largo del tiempo, no sólo hemos podido conocer los sueños y las pesadillas de aquel rey de Uruk y su compañero Enkidu, sino también las primeras interpretaciones oníricas de las que se tiene constancia.

Los sueños en la Antigüedad

A lo largo de la geografía y a lo ancho del tiempo encontramos otros ejemplos: en la India aparecen los Vedas hace miles de años, que propugnan que este mundo es el ensueño de la divinidad Visnú, de manera que tanto vigilia como sueño son manifestaciones de maya, es decir, meras ilusiones que es necesario trascender; en el Tíbet nace una vía mística del budismo denominada Yoga del Sueño, que enseña técnicas para inducir sueños lúcidos como instrumento para trascender la muerte llegado el momento; en el Mediterráneo, en el 9.000 a.C., nace la cultura minoica, que tenía entre sus rituales sagrados la «incubación» de sueños o «dormir por dentro»; encontramos en la Antigüedad otros ejemplos de «incubación» en Egipto y en Grecia, relacionados con los misterios eleusinos, la tradición órfica y el culto al dios sanador Asclepio; en Oriente Medio surge el «Génesis» de la Biblia, donde se cuenta la historia de José, intérprete de los sueños del Faraón; en la cultura helena, ya en nuestra era, la oniromancia seguía siendo una práctica frecuente, cuyo testimonio nos ha llegado a través del manual de Artemidoro (siglo II d. C.); a principios del siglo XX se descubrieron en remotas islas del Pacífico culturas aborígenes que tenían una relación especial con sus sueños, como los arandas, que creen que todo procede de un Sueño primordial y que por tanto el pasado está vivo, o los senoi, que analizan y escenifican en grupo los sueños de cada uno de los individuos.

El advenimiento del cristianismo y la demonización de lo pagano reducirían el trabajo con los sueños al hermetismo de los grupos sectarios, a menudo herejes. De este modo subrepticio, la interpretación onírica sobrevivió en el gnosticismo, en la alquimia, los artistas del Renacimiento y el Romanticismo.

Sigmund Freud
Sigmund Freud

Freud, el padre del psicoanálisis

En 1900, con el comienzo del siglo XX, apareció la obra más relevante a este respecto: La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud (1856-1939), que acabaría convirtiéndose en uno de los libros más influyentes de la Historia pese a la reticencia académica inicial. Desde una perspectiva racionalista, los estudios de Freud señalaban aspectos marginales del ser humano que la sociedad, en un principio, nos estaba dispuesta a reconocer: la irracionalidad y el sexo. Para el neurólogo austríaco y padre del psicoanálisis, es el inconsciente quien gobierna nuestros pensamientos y nuestros actos. En su libro, es célebre la cita «El yo no es el señor de su propia casa». El análisis y la interpretación de los sueños son para Freud «la vía regia» para acceder al inconsciente. Sin embargo, la aproximación de Freud tendía en general a la patología y a la represión de los deseos, como si el inconsciente fuese una entidad demoníaca. He ahí la razón por la que Jung, su discípulo más aventajado, aquél que estaba llamado a heredar la escuela freudiana, rompió su relación con Freud. Irónicamente, el Edipo que tanto se esforzaba por encontrar en cada paciente, no supo verlo en Jung.

Imagen de portada: Sello cilíndrico mesopotámico con los símbolos del sueño del rey Dumuzi en el ‘Gilgamesh’.

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