La memoria y el olvido: amnesia e identidad

La memoria o «facultad de recordar el pasado» es uno de los cimientos del edificio de nuestra historia personal, fundamental para fijar quiénes somos y conservar el sentido de continuidad, es decir, ser conscientes cada mañana de que la persona que se fue a dormir la noche anterior es la misma que acaba de despertarse.

La memoria es la prueba que tenemos de que hemos vivido una serie de acontecimientos que, sumados unos detrás de otros, llamamos vida. Sin embargo, en los casos de amnesia, los recuerdos son volátiles y pueden llegar a desaparecer sin rastro. Toda lesión cerebral tiene consecuencias únicas, distintas en cada individuo, y por tanto, las consecuencias de un traumatismo son siempre impredecibles. Sin embargo, los casos de amnesia pueden agruparse en dos tipos.

Tipos de amnesia

Amnesia anterógrada. La memoria no registra a largo plazo los nuevos eventos a partir del traumatismo, por lo que la persona que la sufre no recordará sus vivencias más allá de un breve lapso de tiempo.

Amnesia retrógrada. Se corresponde con la memoria episódica, es decir, la asociada a la autobiografía, a la identidad. La persona que la sufre no recuerda los sucesos ocurridos antes del traumatismo.

La amnesia y la noción de lo olvidado

Si se esfuma el recuerdo de una vivencia, es posible que se esfume también la conciencia de haberla vivido. Esto que parece evidente no lo es tanto. Uno puede ser consciente de que tiene amnesia, consciente de lo que puede recordar, consciente de que ha olvidado cosas, pero no se es consciente de todo lo que uno ha olvidado. En el armario de tu cabeza hay cajones vacíos, pero no sabe uno cuántos.

La memoria y la identidad

El auto reconocimiento es la función consciente más básica. Ninguna amnesia nos priva de ella. Al final la imagen del espejo nos resultará familiar y nos reconoceremos en nuestras facciones. A partir de ahí se trabajará para su recuperación.

En los casos de amnesia, la memoria más arraigada, y la que primero se regenera, es la correspondiente a las épocas más antiguas de nuestra vida.

La amnesia es, en la práctica, un problema de acceso. Algunas regiones del cerebro han dejado de trabajar correctamente y se han blindado al exterior. La memoria no ha desaparecido del todo, pero no podemos alcanzarla. Permanece inconsciente.

La memoria y los sueños

El subconsciente termina por sacar a la superficie de manera natural lo que oculta. Por ejemplo, mediante los sueños.

De todos modos, nadie recuerda todo lo que ha vivido. El mecanismo que utiliza la memoria para afianzarse se acerca más, podríamos decir, a la impresión de una fotografía que al metraje cinematográfico. Si nos empeñamos en reconstruir una secuencia completa, lo que el cerebro hace es insertar imágenes inventadas de manera que disimulen una solución de continuidad entre esos instantes verdaderamente plasmados. Desde esa perspectiva, los recuerdos, y los sueños que los evocan, funcionan de la misma manera.

La memoria y la imaginación

La imaginación es la que rellena los huecos. Por eso se dice que nuestros recuerdos se idealizan con el tiempo. ¿Qué sentido tiene entonces la memoria si todo recuerdo es en esencia falso? Sobrevivir. El cerebro tiende a sintetizar la información para mejorar su rendimiento, de lo contrario nos quedaríamos paralizados analizando cada estímulo que nos saliera al paso. Eso da como resultado una visión simplificada del mundo, sujeta a patrones establecidos y actualizados de forma constante, que no es falsa, sino incompleta. Y para explicarse esas incoherencias, el cerebro se sirve de un instrumento sencillo: la invención. Somos soñadores por naturaleza. Y eso se aplica también a la memoria. La imaginación es la cicatriz que deja el olvido.

Imagen de portada: ‘Sueños diurnos’, de Rembrandt Peale (1837).

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